Hola a todos. Bienvenidos de nuevo a Cineverso.
Ha pasado un buen tiempo desde la última vez que nos vimos por aquí, pero ya estamos de vuelta, listos para retomar lo que más nos gusta: hablar de cine, series, libros y videojuegos pero sin que seamos Tuiteros en busca de likes.
Ojalá hayáis echado de menos este espacio tanto como nosotros, porque volvemos con energías renovadas y una crítica que abre temporada por la puerta grande. Espero que la disfrutéis tanto como Rubén ha disfrutado escribiéndola.
Y antes de empezar: si aún no os habéis suscrito gratis, este es el mejor momento para hacerlo.
El rugido del Yautja va camino de cuarenta años resonando. Una criatura que nunca envejece, pero cuyas películas sí lo hacen. Durante años, Predator fue un nombre que sobrevivía más por la nostalgia que por el pulso de sus propias películas.
De la jungla ochentera al caos urbano, del crossover con Alien a la irregular The Predator (2018), la franquicia se fue diluyendo en su propio eco hasta convertir cada entrega en un intento desesperado de redefinir el duelo entre cazador y presa. Predator: Badlands, en cambio, parece entender que ya no basta con copiar el ADN del original: hay que transformarse.

Con su trabajo en Prey (2022), Dan Trachtenberg no solo reanimó a la criatura, sino que devolvió al público algo que parecía completamente olvidado: el respeto por el silencio, la tensión y el mito. Con Predator: Killer of Killers (2025), Trachtenberg buscó reflejar una historia que no buscaba solo revivir el pasado, sino reinterpretarlo.
Su idea era clara: la franquicia ya no puede sostenerse en la nostalgia del cazador, sino en la evolución del cazado. Desde ahí, cada entrega es menos secuela y más reflexión sobre sobrevivir a un legado que pesa demasiado. Badlands sigue ese camino.
El nuevo rumbo marcado por Trachtenberg
En manos del director, el depredador deja de ser un monstruo y se convierte en una metáfora: un recordatorio de que incluso los mitos necesitan adaptarse o morir. Ya no se trata de mostrar al monstruo, sino de entender por qué lo seguimos necesitando. En esta película, el depredador es menos alienígena y más un espejo: una forma de medir lo que el ser humano ha perdido en su intento constante de dominarlo todo.

Lo primero que sorprende de esta nueva entrega es ese tono. No es una secuela directa, ni una precuela nostálgica, ni un experimento posmoderno. Es, simplemente, una historia que respira el sudor de la jungla donde el monstruo no vuelve a ser solo una amenaza, sino que se convierte en un icono.
No pretende ser “el retorno a las raíces”.
Tampoco quiere vivir de la sombra de McTiernan. Sabe que ese tipo de nostalgia ya no conecta con un público que ha crecido entre secuelas infinitas y universos compartidos (aunque sabe darle su espacio y sus guiños). Lo que hace aquí el director es algo mucho más honesto: rediseñar la cacería para que el cazador sea el cazado. Se nota que va dirigida a una generación que ya no teme tanto a los monstruos, sino que trata de comprenderlos.
Hay decisiones narrativas que se sienten predecibles.
Y ahí es donde Badlands, a pesar de que se diferencia a sus precuelas, cae en una historia algo repetida en productos recientes. Hay decisiones narrativas que se sienten predecibles, momentos en los que la tensión se diluye (sobre todo en el tercer acto), o personajes que podrían dar más de sí. En lo personal, creo que en esos tropiezos hay algo valioso como comento a lo largo del escrito: una voluntad de cambio. Y eso, en una franquicia que llevaba años “cazando” su propia sombra, es una pequeña victoria. Aunque, tal vez, no sea lo que los fans más acérrimos podrían esperar.

Lo más interesante es ver cómo la película juega con las expectativas del espectador moderno.
No busca glorificar el mito del cazador, sino exponer su cansancio. Es como si la propia franquicia se mirara al espejo y aceptara que ya no es la misma. Que el tiempo ha pasado, que la violencia ya no impacta como antes, y que el verdadero reto está en reaprender a ser relevante sin gritarlo.
No busca sorprender con giros imposibles. No quiere que aplaudas por nostalgia, sino que vuelvas a sentir la incomodidad de enfrentarte a lo desconocido desde una visión totalmente nueva: la del Yautja. Predator: Badlands recuerda que el monstruo solo da miedo cuando lo entiendes menos de lo que crees.
Los efectos prácticos marcan la diferencia
Todo esto está muy bien complementado con lo realmente impresionante de la película: su alcance sensorial. Es un espectáculo visual y sonoro diseñado para comerse la sala, y más aún en IMAX.
Los efectos especiales lucen, sí, pero lo que de verdad marca la diferencia son los efectos prácticos: maquillajes, prótesis y animatrónicos que devuelven textura y peso al Yautja y a su mundo, algo cada vez más raro en tiempos de pantalla verde.

Gracias a esa artesanía y a la fisicalidad de Dimitrius Koloamatangi, el depredador recupera carisma.
El héroe de la historia. Como os digo, creo que esta es la apuesta más arriesgada y sorprendente: la saga se reinventa al poner por primera vez al Depredador en una posición que no tiene nada que ver con el antagonista de turno, sino que es la figura central cuya mirada reescribe la narrativa. Ese giro, unido al rigor técnico y a la potencia sonora, convierten a la película en algo diferente en la saga.
Elle Fanning cumple su papel como co-protagonista, pero sin llegar a aportar demasiado al conjunto.
Su personaje (o personajes, en plural, no entro en terreno de spoilers) funciona más como alivio cómico que como contrapunto dramático, algo que en ocasiones rompe la tensión anteriormente construida con precisión. No es que esté mal interpretada (Fanning siempre tiene presencia), sino que el guion le da un arco demasiado ligero dentro de una historia que pide densidad. En más de un momento, sus escenas parecen un descanso innecesario entre los grandes pulsos de la trama, y eso hace que su participación, lejos de reforzar la narrativa, la lastra.

Frente a ella, el verdadero enemigo se define con claridad: Weyland-Yutani, la corporación que extiende su sombra desde el universo Alien, y que aquí se erige como el auténtico villano. Es un acierto introducir este crossover, porque amplía la mitología sin forzarla, conectando ambos mundos desde la lógica del poder y no desde el espectáculo vacío (ejem, Alien vs Predator).

Al final, Predator: Badlands no deja solo una cacería bien filmada.
Nos recuerda que las franquicias no mueren por falta de ideas, sino por miedo a cambiar. Que no hay nada peor que seguir haciendo ruido cuando ya nadie escucha. Y que, a veces, el mejor homenaje que se le puede hacer a un clásico no es repetirlo… sino atreverse a reescribirlo.
Quizá esa sea la verdadera enseñanza de esta nueva entrega: el depredador sigue ahí fuera, sí, pero la saga también tiene derecho a evolucionar. A buscar nuevos terrenos, aunque sea repitiendo un patrón funcional visto en otras películas.
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Nos vemos este miércoles con Stranger Things
Una nueva ración de análisis fresco desde las entrañas de Hawkins. No faltéis, que viene cargadito.
Esta noticia está editada por Fran Molinez y escrita por Rubén Mota.



